Historia corta que escribio hóy Catón

Leyendo el periodico hoy me encontre con esta parte del Catón, bastante interesante la historia.

     Erase que se era un hombre anciano cuyo tranquilo sueño en la mañana, después del largo insomnio de la noche, era interrumpido cotidianamente por tres muchachillos que en el camino hacia la escuela iban gritando y pateando los botes de basura de la calle, con lo que hacían un ruido estrepitoso que despertaba siempre al buen señor. Harto de aquello, el anciano decidió afrontar la situación. Una mañana esperó la llegada de los molestos chicos, y cuando los tuvo frente a sí les dijo: "Me gusta mucho, jóvenes amigos, su gozo de vivir. ¡Qué alegría muestran ustedes al pasar por aquí con esa algarabía que rompe el tedioso silencio de este aburrido vecindario! Me recuerdan ustedes mi propia juventud, cuando también iba por las calle dando patadas a los botes y gritando a voz en cuello. Permítanme ofrecerles algo a cambio de las gratas memorias que me hacen evocar, y del júbilo que con su alborozado ruido me producen. Todos los días le daré 20 pesos a cada uno de ustedes; pero, por favor, no dejen de pasar por aquí gritando y pateando los botes de los desperdicios". Sorprendió bastante a los mocosos aquel ofrecimiento, pero lo aceptaron de buen grado. En efecto, cada mañana el anciano los esperaba en la puerta de su casa para darles los 20 pesos convenidos. Muy satisfechos con el trato los mozalbetes redoblaron sus esfuerzos, y los siguientes días gritaron más estentóreamente, y patearon los botes con más fuerza. A la semana les dijo el ancianito: "Muchachos: ando un poco mal de dinero. En adelante, en vez de 20 pesos podré darles solamente 10". Algo a disgusto por la reducción del pago los críos se avinieron sin embargo a la nueva situación. Siguieron, pues, con su labor de gritar y dar patadas, aunque debo reconocer que no lo hacían ya con el entusiasmo de antes. Transcurrió una semana, y de nueva cuenta les habló el anciano: "Mi situación económica se ha puesto peor, amigos. Ahora podré pagarles únicamente 5 pesos". Se amohinaron ellos. No obstante continuaron gritando y pateando al pasar por ahí, pero en forma ya francamente desganada. Días después les dijo el viejecito con tristeza: "Jóvenes: la cosa se ha puesto muy difícil para mí. Ya sólo podré darles un peso cada día". Los arrapiezos se encresparon. "¡No manche! -le dijo el que parecía ser el jefe-. ¿Cree usted que por un chinche peso le vamos a seguir sirviendo? ¡Renunciamos! ¡A ver si por un peso encuentra quien le grite y le patee los botes!". Y así diciendo se fueron muy dignos y arrogantes. A partir de ese día el anciano pudo dormir su sueño en paz... ¿Qué les parece, queridos cuatro lectores míos, si poco a poco les vamos reduciendo los emolumentos a nuestros diputados?... FIN.

http://www.nortedigital.mx/article.php?id=36621

-Gil-

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